Las palabras rotas se agolpan en el pecho desnudo de la diosa que se posaba en el silencio, sus lágrimas eran barridas por un viento gris, lúgubre y cansino, ese que frecuentaba los días fríos, repletos de oscuridad, de la sobria realidad marginada que solía volverse difusa y escasa.
El papel en blanco la miraba desde la pálida superficie de madera, allí donde la llama no iluminaba más que el trazo fino y corto de las tenues palabras, esas que aún no rozaban la hoja, esas que no nacían en medio de la negrura absoluta. Una mano fina y sutil sostenía la pluma delgada, la tinta se consumía en el silencio, en la tragedia del fracaso, de lo jamás dicho.
El tictac del reloj ahogaba en un suplicio infinito las largas horas tendida al albor de la noche, una noche larga y tediosa, de esas que parecen no acabar nunca…
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